Durante la legislatura anterior y sobre todo a partir de mayo
de 2010, cuando empezó la fiesta, el Partido Popular en la oposición no dejó de
repetir una y mil veces que la política económica del gobierno de Zapatero propiciaba
el enorme paro que estábamos sufriendo. Desde el principio, insistieron en que tenían
la receta para terminar con un paro que alcanzó los 5 millones al final de la
legislatura, repitiéndonos por activa y por pasiva un discurso con un marcado
acento social. Y a pesar de que nunca concretaron en qué consistiría, prometieron
una política económica con una orientación exclusiva a este fin, remarcando los
efectos en términos de desempleo que tenía cualquier medida adoptada por el
anterior ejecutivo.
Cuando el PP llegó al poder la situación cambió totalmente.
Desde ese mismo momento, el desempleo dejó su protagonismo y desapareció de los
discursos. Reducir el desempleo pasó a ser un objetivo que únicamente se podía lograr
cuando se hicieran otras mil cosas mucho más urgentes. El propio gobierno indicó
en sus previsiones que al final de la legislatura habría más paro que al
principio. La prioridad absoluta pasó a ser la reducción del déficit público,
objetivo al que subordinó (y supuestamente sigue subordinando) el resto de
planteamientos y cuya consecución justificaría romper todas las promesas hechas
en la campaña electoral de mantener el estado del bienestar y particularmente la
educación y la sanidad públicas. Con la excusa de controlar las cuentas
públicas y situar el déficit en el ansiado 3%, se han cruzado absolutamente
todas las líneas rojas que la sociedad española había trazado en los últimos 30
años.
Sin embargo, desde el principio se intuía que el objetivo de
déficit público era inalcanzable. Además, casi de modo inmediato, el milagroso
3% ya no era tan urgente y se podía retrasar un año más su consecución. De
hecho, las previsiones de todas las instituciones indican que el objetivo para este
año se va a incumplir e incluso que su cuantía no va a estar muy lejos de la
del año precedente, último gestionado por el irresponsable ZP. El propio
gobierno, entonces en la oposición, no dejó de poner de relieve que era imposible
reducir el déficit con medidas que iban a hundir la actividad económica, con el
consiguiente desplome de los ingresos públicos y la explosión de prestaciones
por desempleo.
Por tanto, si el gobierno no pretende reducir el desempleo
ni tampoco controlar las cuentas públicas, tiene interés preguntarnos qué trata
de conseguir con sus políticas. Las mismas declaraciones del entorno popular
nos pueden ayudar a responder esta cuestión. Una primera pista nos la dio el
famoso grito en el Congreso de Andrea Fabra. No obstante, ha sido el ideólogo
de los populares, José María Aznar, quién ha expresado de un modo muy claro las
pretensiones de su partido. En concreto, Aznar ha afirmado que el estado del
bienestar es insostenible, explicitando el deseo y verdadero propósito de la
actuación popular: la privatización completa de los servicios que hasta ahora venía
prestando el sector público, para que los pueda gestionar el sector privado, obteniendo
el consiguiente margen de beneficio. A partir de este planteamiento, cobran sentido
actuaciones adoptadas y que aparentemente se separaban completamente de los
objetivos explicitados, así como la prisa enorme para acometerlas. En concreto,
permite comprender que se hiciera una reforma laboral que posibilita despidos a
coste casi nulo en la actual coyuntura y que ha incrementado aún más el ritmo
en al que se producen los despidos. O la reducción de miles de empleos públicos,
con la consiguiente transferencia de la mayor parte del gasto público desde las
nóminas a las prestaciones por desempleo. De hecho, el mantenimiento de tasas
de paro en niveles extraordinarios es fundamental para generar el grado de parálisis
en los aterrorizados ciudadanos, que permita conseguir el tiempo necesario para
llegar lo más lejos posible, en unas medidas que no se aceptarían de otro modo.
Y también explica, por qué el gobierno se pone tan nervioso ante cualquier protesta,
que puede ser la potencial cerilla que encienda el polvorín social en el que han
convirtiendo el país.